No es difícil asociar la subyugación de la mujer con la religión.

Pero debo confesar, como feminista, desde hace algunos años la figura de María me ha reconquistado.

Hace un año atrás, rezaba mi propia teoficción en voz facebookiana:

«Eres libre, María, llena eres de gracia; no estás sola, pues estas llena de ti; bendita tú con todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, el orgasmo. Eres libre de decidir sobre tu cuerpo, como nosotros del nuestro»

Al mismo tiempo, hace un año, me removía las entrañas el asesinato de dos mujeres ante unos tipos que no aceptaron un «NO» por respuesta. Violadas por andar expuestas en la calle, más de alguno las culpó de la violación por andar a esas horas, en un supuesto estado de ebriedad.

María (o Miriam), fue una muchacha de unos 12 años, a quien el filósofo griego Celso (siglo II D.C.) acusaría de adulterio con un soldado Romano (Tabor, The Jesus Dynasty, pp. 64-72) y luego el Talmud reafirmaría la hipótesis mencionando a Jesús como «Yeshu ben Pantera», es decir, «Jesús, hijo de Pantera» (Peter Schäfer, Jesus in the Talmud, Princeton University Press, 2007. pp 52–62, 133–141).

Sin embargo, el adulterio de una niña de 12 años, como aún sigue ocurriendo en oriente, por muy normal que parezca dentro de aquella cultura, no deja de concebirse de «dudosa intencionalidad» por parte de María. Como solía ser común dentro de estas culturas altamente patriarcales judías, además, bajo el dominio del imperio Romano y su PAX impuesta, María, probablemente, fue violada por el soldado romano Tiberius Iulius Abdes Pantera (a quién llaman comúnmente sólo Pantera) pero culpada de adulterio y producto de esta violación, concibió a Jesús, quién se vuelve el hijo producto de este abuso sexual.

En este contexto primitivo, donde la mujer era un cuerpo para la reproducción y tenía, además de un VALOR ECONÓMICO- es decir, se podía comprar, no sólo por trata de prostitución -, un valor inferior al de un esclavo, pues se consideraba que eran una carga (es más, textos judíos antiguos, afirmaban que concebir una niña era una maldición), donde jamás fueron objeto de asesinato en las guerras por ser como ganado -aunque muchas hayan sido violadas, esclavizadas y asesinadas-, esta mujer, María, una abusada más, comienza a marcar una diferencia.

En el relato se nos muestra cómo José, quién habría comprado a María por esposa, pese a verse timado por este adulterio, de forma «heróica», le perdona la vida, pese a que ella se hubiese «entregado». De algún modo, a modo de salvaguardar la integridad social de José, los evangelios hacen de Pantera, el violador, un «ángel, mensajero de buenas nuevas».

De manera análoga, según influencia del nestorianismo, el texto nos revela a esta Christotokos (madre de Cristo, es decir, de Jesús humano y mortal) y Theotokos (madre de Dios, o sea, también del Logos divino), casi como una explosión socio-cultural en los siglos III, IV y V, sobre la cristología de la iglesia occidental, de la que aun heredamos tanto e ignoramos su vigencia cultural otro tanto más.

Quisiera relatar que la historia tardó poco en reivindicar a la mujer, pero esta deificación de María terminó por producir un efecto contrario. Si antes de la sangrienta colonización cristiana, se evaluaba a un hombre por su fuerza de cazador patriarcal y la mujer por sus habilidades matriarcales de conservación y mantención del hogar, la sacralización de esta María convirtió a todos sus «hijos» en caballeros protectores y cargó sobre sus «hijas», el deber de ser «puras y castas», todo con el fin de recuperar la santidad perdida de Adán y Eva para formar una renovada «sagrada familia» (dentro de su lectura literalista en el marco paulino de la recuperación de la santidad perdida).

Así, despojados de nuestra humanidad, categorizados como hombres y mujeres, hemos cargamos con el peso social de corresponder a este paradigma en nuestras constituciones y asumidas en nuestras sociedades; herencia de estas creencias impuestas a nuestros antepasados por la fuerza, impuestas a nosotros por tradición.

Pero, ¿debemos dejar impune esta violación y replicar a la victima en la perpetuidad de su martirio, aunque sólo sea un relato?

A diferencia de Jesús, «el hombre salvador del mundo», a quién muchos atribuyen su resurrección a los relatos de la tumba vacía, ¡María ni muerte, ni resurrección tuvo, porque a nadie le importó una mujer muerta más!

María nunca murió, ni resucitó, pero eso la hace valiosa en la identificación.

María sigue viva en el relato, porque hoy siguen existiendo miles de historias de las mujeres ultrajadas y culpadas.

Fue silenciada como las millones de mujeres alrededor del mundo que hoy son apocadas por las voces que sí valen; las de los hombres.

Así como la retrograda palestina de hace 2000 años, las mujeres siguen siendo desvalorizadas, pues el valor de su trabajo es menor a la remuneración que pueda tener un hombre.

Tampoco son dueñas de decidir qué hacer con sus cuerpos, pues la ley no les permite decidir sobre abortar o no, mostrar sus senos o no, amamantar en público o no.

Por eso, cuando pienso en este 8 de marzo, pienso que el mayor reto es nuestro; desacralizar a la mujer, luchar por su libertad y humanizarla.

Porque si el propio ángel manifestó sus deseos en futuro en el «Dios te salve, María», y Dios no la quiso salvar de una violación, ¿quién luchará por un mundo más justo con las mujeres, sino, nosotros, los humanos?

De este modo, quiero deconstruir esas figuras cristianas a través de la siguiente teoficción, en la que nos despojamos de la divinidad Mariana para reivindicar la humanidad femenina, como un grito uterino de libertad:

SORORIDAD.

Desde las falda del monte llamado «de la calavera», se yergue una cruz; horizontal para igualarnos ante su ley impuesta, vertical para clavarnos su abuso de poder.

Frente a esa cruz silente, se extienden los brazos de la libertad, abiertos al viento, preparados para volar, pero clavados y atados a la cruz, espantando a todas las aves que se quieran posar en la granja de seres humanos. Aquellos que, en la voz del viento, leían un nuevo horizonte en un reino sin fronteras ni dueños.

Sosteniendo ese cuerpo, los pies andariegos fusionados a hierro y sangre. «¡Mataron a todos los mensajeros!», y ya no hay nuevos mensajes.

Y la voz de la mártir se clava en el cielo y aúlla su angustia dolorida. La voz de una silenciada y abusada por ser mujer, se extiende resonando en aquel valle.

No es sólo su voz, es la voz de su género. De las mujeres asesinadas por descubrir el viento. De las mujeres que sintieron en sus pulmones la fuerza y en su boca el valor. Lloran sus úteros extirpados, las vulvas expropiadas y los pechos cortados entre el marfil de las bestias.

La mujer está desnuda sobre la cruz. Moribunda, y su palabra cae al alma como la noche sobre el día:

– «Madre, ¿por qué nos has abandonado?»

Desde entonces, es la sangre de las violentadas el vino de nuestro cáliz. El cuerpo de las doloridas es el alimento de nuestros discursos. Y bajo esa misma cruz, somos todas hermanas.

#8DeMarzo
#DíaInternacionalDeLaMujer

Por admin

Un comentario en «María También»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *