La Biblia es consistente y reiterativa en afirmar que la Palabra de Dios es Jesucristo. Esta es una de sus enseñanzas más claras. Jesucristo está identificado como el Verbo de Dios, o la Palabra de Dios o el Logos de Dios en todas las versiones de la Biblia que hemos visto.

«Entonces vi el Cielo abierto, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba se llamaba: Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas, y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino Él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios.» (Apocalipsis 19:11-13)

Pocos cristianos saben que el versículo de 2 Timoteo 3:16, leído en griego dice: «Pasa grafi theopneustos kai jodelimos pros didaskalian, pros elegmon, pros jepanortosin, pros paideian tin en dikaiosine». Quien lea griego habrá notado que la palabra: «es», no aparece antes de la palabra «inspirada». Por eso, la Nueva Biblia Española de 1976 dice: «Todo escrito inspirado por Dios sirve ademas para enseñar, reprender, corregir, educar en rectitud». El Nuevo Testamento de Luis Alonso Schokel y Juan Mateos, la versión Peshita Aramea, la Vulgata Latina y varias Biblias más, traducen este versículo de la misma forma.

Pero apoyándose precisamente en él, conforme a su lectura tradicional, la mayoría de los cristianos creen que Palabra de Dios es cada palabra contenida en la Biblia.

Según Jesucristo, la función principal de las Escrituras es dar testimonio de Él. Así dijo en Juan 5:39-40: «Escudriñad las Escrituras porque en ellas os parece que tenéis la vida eterna y ellas son las que dan testimonio de Mí; y no queréis venir a Mi para que tengáis vida». La vida es Jesús, no las Escrituras por sí mismas. Ellas dan testimonio de Él para que acudamos a Él.

La Biblia misma entonces nos ha dado la clave para entenderla y aplicarla; y esa clave es Jesucristo. Él es quien nos muestra mejor que nadie más, el rostro del Padre. Él le dijo a Felipe en Juan 14:9: «el que me ha visto a Mí, ha visto al Padre». Una vez reconocemos que Jesucristo es Dios, no deberíamos colocarle otro dios al lado, haciendo de la Biblia un dios.

Leer la Biblia en clave cristocéntrica significa buscar a Jesucristo revelado en ambos testamentos y en cada libro. Todo lo que concuerde con Él, es Palabra de Dios porque Él dijo en Juan 6:63: «Las palabras que les he hablado, son espíritu y son vida». Sus palabras no son de muerte.






Un ejemplo lo tenemos en el relato de la mujer sorprendida en adulterio, que los fariseos le traen para ser apedreada. Él pudo haber contestado: «En Levítico 20:10 dice que tanto el hombre como la mujer implicados en el adulterio, han de ser muertos; no solamente la mujer. Así que se cancela la ejecución porque habéis traído a la mujer sola». Razonable y acertada esa respuesta, pero no fue la suya.

De haber sido dispensacionalista Jesús, también pudo haber contestado: «Las lapidaciones eran en la Ley. Ahora estamos en la Gracia y Dios ya no ordena castigos como esos». Esa tampoco fue su respuesta, aunque para efectos del modelo hermenéutico de C. I. Scofield, estarían en la Ley todavía porque Él aún no había muerto en la cruz, y el velo del templo no se había rasgado. Pero su única respuesta, por todos conocida fue: «El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra sobre ella». Y la pregunta es: ¿Existía para el tiempo del libro de Levítico, alguien libre de pecado? ¡Tampoco!

Al responder de esta manera, Jesús está refutando ese estatuto, porque el requisito que da para poder llevarlo a cabo, nadie mas que Él lo tuvo nunca. En realidad, Dios nunca mandó lapidar. De haber sido verdaderamente dadas por Dios esas instrucciones, Él las hubiera cumplido. Él dijo en Mateo 5:17 que no vino a abrogar la Ley, sino a cumplirla.

Deuteronomio 21:18 ordenaba apedrear a un hijo rebelde y desobediente; y que sus propios padres lo entregaran a los ancianos de la ciudad para ejecutar la sentencia. Pero en el relato del Hijo Prodigo, narrado y sucedido antes de Él morir en la cruz, vemos en vez de lapidación, perdón.

El criterio dispensacionalista de que Dios cambió de un Testamento a otro, choca directamente con la declaración de Santiago 1:17 de que en Él no hay mudanza ni sombra de variación; y es una manera de negar la perfección de Dios. Ni Él ni su Ley necesitan mejorar.

El Salmo 19:7 dice que la Ley de Jehová es perfecta. El Marcionismo: la idea de que el Dios del Antiguo Testamento es otro dios distinto, es igualmente inaceptable. No hay más que un Dios. El mismo que en el Antiguo Testamento anunció por medio de sus profetas la llegada del Mesías, es el que se ha encarnado luego en Jesucristo. En vez de tratar de justificar atrocidades como que los padres asesinen a sus propios hijos por desobediencia, debemos hacer que toda nuestra lectura de la Biblia se centre en Jesucristo. Él y solo Él es la Verdad.

julio

Por Julio Álvarez Rivera
Teólogo – Profesor
Facebook / Ministerio Juan 17:17

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2 comentarios en «Lectura Biblica en Clave Cristocentrica»
  1. La ley (en latín, lex, legis) es una norma jurídica dictada por el legislador, es decir, un precepto establecido por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia cuyo incumplimiento conlleva a una sanción.​ Según el jurista panameño César Quintero, en su libro Derecho … «La ley es la ley».

    Del mismo modo la ley de Dios fue dada para el conocimiento del pecado y para dar al pecador su justa retribución (Ro. 3: 9-20).

    De manera que hoy no podemos pretender disculpar a Dios porque su ley pide la lapidación de los homicidas, de los adulteros y hasta de los hijos rebeldes y contumaces, so pretexto de que Jesús no habría obrado conforme a ella, cuando él mismo expresamente dijo que no venía a abrogar la ley sino a cumplirla (Mt. 5:17-20).

    En efecto, no se puede minimizar la ley divina que sentencia que el pecado se paga con la muerte, pues «el alma que percate esa morirá» (Ez. 18:30). Y en este sentido, fue justamente Jesucristo el que cumplió acabada mente con la ley, al morir en lugar del pecador.

    De manera que si el pecador puede ser «justificado gratuitamente por su gracia» es «por la redención que es en Cristo Jesús» (Ro. 3:24) y no porque Jesucristo haya invalidado la ley.

    En este sentido, el «mas yo os digo» de Jesús en el Sermón del Monte, lejos de edulcorar la ley, la profundiza desde lo externo y formal de los hechos, a lo interno e intensional del corazón (Mt. 5: 21-48).

    De manera que siendo la ley de Dios eterna, perfecta y profunda, cumple con su función condenatoria, para que la gracia de Dios sobreabunde, en virtud del sacrificio propiciatorio de Jesucristo, quien cumplió la ley hasta la muerte de cruz en favor del pecador, y por cuyo amor sacrificial podemos ser perdonados y reconciliados con Dios, el Dios que ‘es el mismo hoy, ayer y por lo siglos» (He. 13: 8).

  2. Para que se cumpliera Romanos 6:23 que dice que la paga del pecado es muerte, no es indispensable que Dios mandara a apedrear a nadie porque el Salmo 34:21 dice: «Matará al malo la maldad.» El pecado es autodestructivo por naturaleza.

    Jesucristo no invalida la Ley, la que Él mismo dio a Moisés en el Antiguo Testamento puesto que Jesucristo es nada menos que Dios mismo. Lo que ocurre es que esa Ley fue alterada por los escribas judíos que copiaban a mano los manuscritos bíblicos. Jeremías 8:8 dice: «¿Cómo decis: Nosotros somos sabios y la Ley de Jehová está con nosotros? Ciertamente la ha cambiado en mentira la pluma mentirosa de los escribas.»

    En Mateo 7:12 Jesucristo afirmó: «Y todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlas también vosotros con ellos PORQUE ESTO ES LA LEY Y LOS PROFETAS.» No dijo: «Esto es en la Gracia. En la ley era lo contrario.» Pero en Exodo 21:20 dice: «Si alguno golpeare a su siervo O A SU SIERVA con palo, y muriere bajo su mano, será castigado. MAS SI SOBREVIVIERE UN DIA O DOS, NO SERÁ CASTIGADO PORQUE ES DE SU PROPIEDAD.» Esto NO pudo ser parte de la Ley original que Dios dio a su pueblo, porque a nadie le gustaría que lo golpearan con un palo; y Cristo dice que la Ley (no sólo la Gracia) es tratar a otros como queremos que nos traten.

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